La situación que estamos viviendo, está haciendo que reflexione mucho.
Una de esas reflexiones, es que me ha llamado la atención mi falta de sorpresa y facilidad de adaptación, mentalmente hablando, ante la recomendación de quedarnos en casa. Por una parte, lo esperaba, tenía noticias de otros países dónde ya estaba ocurriendo, por otra parte, me parece lógico y necesario. Aún así, algunas personas con las que he hablado últimamente, se encuentran más o menos abrumadas con la situación, y yo no.
Ayer, mientras me duchaba, creo que di con la respuesta a mi falta de asombro, y mi fácil adaptación a esta nueva situación: para mí, no es nueva.
Yo ya he pasado por aislamientos, y mucho peores que el que estoy viviendo ahora. Ya he pasado por la paranoia de la desinfección total por miedo a que mi hijo inmunodeprimido, se contagie con el virus que estaba pasando su hermana en ese momento. Ya sé lo que significa la incertidumbre, que se te pare la vida, que te conviertas en un barco a la deriva de una enfermedad que es la que te marca el rumbo y te encuentres a merced de que los médicos capitanes vayan tomando decisiones día a día, incluso hora a hora.
Yo también opuse resistencia en su día. Después del primer ciclo de quimioterapia, posterior la operación, que le pusieron a mi hijo. Era junio, él tenía siete meses y su hermana 2 años y 9 meses. «En una semana le dará «el bajón» de defensas, y puede tener fiebre. Es posible que tengáis que ingresar, podéis iros a casa, pero no os recomiendo iros de Madrid»
Los ciclos previos a la operación los había llevado muy bien, prácticamente sin ningún efecto secundario. Y esperábamos que siguiera siendo así. Queríamos intentar ir un par de días a la playa, también por nuestra hija mayor, bueno, y por nosotros, por desconectar. Pero no pudo ser. Efectivamente a la semana de terminar el ciclo, llegó «el bajón». No tuvo que ingresar, pero no era prudente irnos y exponernos.
Y ese era el primero, y nos quedaban por delante 8 meses, que acabaron siendo 9, porque siempre hay alguna ocasión que hay que retrasar el ciclo por «el bajón».
Al final, ya te acostumbras a no hacer planes, a dejarte llevar. Y en la recaída con dos años, yo ya lo llevé mucho mejor, a pesar de que fue más duro, porque no opuse resistencia, me limitaba a seguír las indicaciones.
Es cierto que al finalizar, ahora, desde la lejanía, me doy cuenta que esa «parálisis» ha tenido consecuencias en mi vida, cómo no. Pero no todas han sido negativas.
En esta ocasión, la diferencia, es que la enfermedad nos ha hecho parar a todos a la vez. Y eso ya es un problema en sí mismo, porque sin marineros, el barco se hunde. Pero las consecuencias son muy parecidas.
Cuando te ocurre de forma individual, desestructura a una familia, afecta a su economía (a pesar de las ayudas, que las hay), afecta emocionalmente, afecta a la salud, por supuesto.
Ahora, está ocurriendo a nivel global, habrá situaciones individuales más complicadas que otras, afectará a la economía, y afectará a la salud.
Quizá es el momento de que nos paramos a reflexionar. Seguro que muchas personas ya lo están haciendo. Nos cuestionemos si podríamos vivir de otra manera, más sencilla.
También es el momento de valorar, de valorar que la mayoría de las personas estamos demostrando responsabilidad, solidaridad y capacidad más que sobrada para contribuir al bien común.
Muchas de nosotras ya comenzamos a tomar medidas antes de que fueran obligatorias. Y hemos ayudado a difundir y conocienciar.
Esto también me da esperanzas en otra de mis luchas, la de frenar el cambio climático y las consecuencias que este nos pueda acarrear. Veo que las personas, cuando nos lo proponemos, somos responsables y capaces de luchar por un bien común. Sigamos haciéndolo después de coronavirus. Cómo os dije antes, la segunda vez que tienes que frenar, ya resulta más fácil.